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dimanche 22 avril 2012

Así son las Cuevas de Los Caracos

 Jesús Fernández Audersert, espeleólogo suizo, nacido en Fribourg, de padre español y madre suiza, lleva más de 20 años dedicado a explorar cavernas en toda Europa y en otras partes del mundo. Pertenece a la élite de los buzos que practican una de las modalidades más peligrosas: El buceo bajo tierra.



Desde hace dos años está en Colombia “auscultando” cuevas y, de repente, se encontró en Santander con lo que puede ser el complejo de cavernas vírgenes más importante del país y, según sus propias palabras, de “interés mundial”. Desde entonces se tornó en habitual visitante de ese bello pero poco conocido municipio santandereano, donde lo reconocen y aprecian como uno más del pueblo, y está dedicado a explorar las decenas de cavernas que alberga su subsuelo.


Con algo de aprehensión (por aquello de la claustrofobia), acepté en días pasados acompañarlo a incursionar en una de las cavernas más extensas de la región llamada “Cueva de los Caracos”, dado que en sus entradas se refugian aves de hábitos nocturnos llamadas así.

Desde nuestro arribo al exótico lugar, me sorprendió la sencillez y belleza de este pequeño poblado, incrustado en las verdes y exuberantes montañas del sur de Santander. Su cielo, de un impecable azul, por momentos se adornaba con motas blancas haciendo las delicias de quienes nos dedicamos, por pasión, a la fotografía de la naturaleza.

Llegada la hora de la verdad emprendimos, machete en mano, la búsqueda de una de las entradas de la caverna, a la cual ingresamos no con mucha dificultad después de superar un terreno enmarañado y algo fangoso. De una vez quedamos ubicados en un gran salón plagado de concreciones (estalactitas y estalagmitas) cuya formación ha tomado seguramente muchos milenios, como quiera que se trata de la acumulación lenta e imperceptible del carbonato de calcio que arrastran las gotas de agua que se filtran por las montañas con alto contenido calcáreo y de naturaleza cárcica, que es la característica de toda esa región.
Lamentablemente, este salón, que es como la antesala de las “Cueva de los Caracos”, ha sido impactado negativamente por la mano del hombre por su fácil acceso. Muchas de esas concreciones están rotas y se encuentran algunos grafitis. Al parecer, quienes logran entrar en él, rompen las estalactitas para llevarse sus fragmentos como un trofeo. Grave atentado contra la “Madre Naturaleza” que ha invertido miles de años en crear esas esculturas prodigiosas.

Afortunadamente para la “Cueva de los Caracos”, a las siguientes salas solo pueden ingresar expertos en la materia con equipos especializados, dado el altísimo grado de dificultad que el acceso conlleva ya que, inicialmente, hay que superar lo que Jesús llama una “estrechura”, ubicada a ras del piso, y para franquearla se hace necesario reptar por varios metros por esa rendija entre la roca sólida de no más de 30 centímetros de “luz”, que permite llegar a una pequeña e inclinada repisa desde donde se debe bajar en rapel unos 30 metros en medio de la oscuridad de la caverna. Allí se alcanza el pasillo central que permite ingresar a lo que yo he dado en llamar, sin incurrir en exageraciones,  ‘las catedrales ocultas de El Peñón’.




LAS CATEDRALES POR DENTRO

Se trata de una sucesión de salones colmados de las más caprichosas y hermosas esculturas naturales que mis ojos hayan visto. Miles y miles de estalactitas y estalagmitas, de distintos colores marmóreos, creciendo lenta y parsimoniosamente buscando juntarse algún día. De casi todas las estalactitas (que son las que crecen del techo hacia el suelo) pende una gota de agua cargada de calcio, lo que significa que están vivas. Esa gota del líquido vital al caer deja su carga de mineral en la respectiva estalagmita que seguirá entonces creciendo en pos del contacto con su hermana de arriba.

Pero no son solamente las estalactitas y estalagmitas clásicas las que pululan en estas hermosas cavernas. Existen por doquier gruesas formaciones pétreas de formas y texturas diversas y de colores ambarinos que se erigen imponentes cual columnas de una capilla bizarra.

Duramos seis horas largas recorriendo esta seguidilla de naves magníficas que conforman la “Cueva de los Caracos”. Ingresamos por un extremo hacia el mediodía y salimos por el otro, en medio de la algarabía de los pájaros, cuando ya empezaba a anochecer. Cuando divisamos el punto de luz de la salida las imágenes eran alucinantes y fantasmagóricas: De Jesús, quien marchaba adelante, solo veía su silueta en medio de una especie de neblina. Los rayos de luz se filtraban por el pórtico golpeando las paredes internas de la cueva y destacando el verde de la vegetación que tapizaba la salida.

Jesús ha tenido la obsesión de bucear en una caverna colombiana y tiene el pálpito de que en El Peñón pueden existir cavernas cubiertas por el agua y ha estado investigando sobre el particular.

Un rayo de esperanza surgió precisamente cuando salíamos de Los Caracos y encontramos entre los arbustos y la maleza circundante, un riachuelo de aguas cristalinas que se subsume muy cerca de la cueva por un orificio, por el que, con algo de dificultad, puede acceder un buzo con sus equipos. Quedamos en que en una próxima oportunidad lo vamos a intentar.


EL VALLE DE PANAMÁ

A la mañana siguiente, bien temprano, nos propusimos observar uno de los sitios más hermosos y sobrecogedores de El Peñón, esta vez, a cielo abierto: “El Valle de Panamá”. Después de recorrer en nuestro vehículo, durante una media hora y hasta el final, un carreteable empinado y en regular estado pero transitable, emprendimos el ascenso a pie por un hermoso camino de piedras multicolores hasta uno de los miradores más espectaculares que yo haya podido conocer en mis largos años de montañista: Al fondo, un primer cañón del que emerge un pico tapizado de árboles y en el que se observa un precario camino de herradura que lleva a otro cañón mucho más profundo. Al frente, una gran pared verde que remata en una especie de planicie de la cual se descuelgan, desde las nubes, al menos ocho cascadas. A nuestra derecha, desde lo más profundo del primer cañón, se levanta una enorme pared de roca de tonos grises y negros adornada con algunos parches de vegetación. Esta escena, lo digo con toda sinceridad, es de las que corta la respiración.
En ese mágico lugar permanecimos toda la mañana observando cómo el cielo cambiaba su apariencia como sin un pintor invisible con un gran pincel añadiera nubes y cambiara matices.

LAS AVES DE EL PEÑÓN

Otro de los más importantes valores de esta región es su gran variedad de aves que pueblan sus extensos y atiborrados bosques. Existen especies endémicas como el colibrí coeligenaprunelli, el chango de la montaña, la cotorra montañera y el gualilo. Recientemente fue descubierto el gorrión Montes de Yariguies, especie nueva en Colombia registrada hace pocos años. Desafortunadamente la deforestación amenaza seriamente sus hábitats.

Hay que proteger este patrimonio natural de Santander. No resulta descabellado pensar en que bien podría ser declarado parque natural regional para salvaguardar sus hermosos y exuberantes bosques, sus aves, sus incontables fuentes de agua y, por su puesto, sus mágicas cavernas.

Es probable que se convierta en un verdadero destino turístico nacional e internacional pero lo importante es que se haga un turismo ecológico y socialmente responsable, no contaminante ni perturbador. El ingreso a las cavernas debería reglamentarse para que solo tengan acceso a ellas las personas expertas en su exploración, que no generen ningún tipo de daño en su interior.

Jorge William Sanchez
*Guía de Alta Montaña, buzo profesional y fotógrafo de la naturaleza.

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